Bitácora Suicida
Martín aceleraba su automóvil a mas de 150 kilómetros en esa carretera que solo permitía un máximo de 80. Superaba en velocidad a todos los autos como si fuera un juego electrónico y sentía el aire que se estrellaba en el parabrisas. Mientras él, desafiante, sonreía, y continuaba acelerando. Su frente pronunciaba surcos, y sus dientes chocaban entre sí. El ceño fruncido era una muestra que estaba traspasando el limite del riesgo. El muro de un puente parecía anunciar una desgracia, pero él presionaba más el acelerador y el timón temblaba. El auto parecía resistirse a un final tan terriblemente previsible como absurdo. Por la mente pasaban los recuerdos de infancia como si fuera ayer y pasaban con la velocidad que solo adquiere el pensamiento cuando la cuenta regresiva de nuestra vida ya tiene un solo dígito. Por arriba del puente los transeúntes abren sus bocas, presionan los puños. Los dedos señaladores apuntan a ese automóvil que esta a punto de chocar. Martín cierra los ojos, suelta el volante y solo espera develar el misterio de la vida después de la muerte...
Martín abrió los ojos y lo primero que encontró fue el rostro amable y la sonrisa de un doctor que le decía: "No se preocupe amigo, lo peor ya paso; usted pudo quedar inválido pero lo hemos dejado como nuevo." Nadie podría adivinar que estuvo tres días en coma luego del terrible accidente. "¿Quería usted matarse?", preguntó y Martín les contó los problemas que lo agobiaban y el porque había tomado esa decisión.
Cuando regresó a su casa, se acostó en su cama. Miraba como se iba ocultando el sol por el horizonte cuando de pronto comenzó a sentir un agudo olor a quemado. Con sorpresa veía como una serpentina de humo ingresaba a su habitación. De pronto, unas lenguas de fuego lo atraparon, no supo como ni cuando, en un incendio de mayúsculas proporciones que se había desatado en el edificio donde él vivía. Trataba de llegar a la puerta pero el humo lo asfixiaba, penetrando hasta lo mas profundo de su ser. Pese a vivir en el décimo piso, el dolor que sentía por el fuego y las quemaduras hacía que cada vez le fuera menos descabellada la idea de saltar por la ventana. Seguía sin llegar a la puerta debido a una barrera de fuego que se lo impedía. De pronto algo cayo del techo, algo que lo impactó en la cabeza y que le hizo perder el conocimiento. Mientras caía tuvo un milésimo de segundo para entender que de esa ya no lo iba a salvar nadie.
Martín abrió los ojos y lo primero que encontró fue el rostro amable y la sonrisa de un doctor que le decía, "no se preocupe, amigo, lo peor ya pasó. Usted pudo quedar carbonizado, pero los bomberos lo salvaron a tiempo y las quemaduras pudieron curarse en los días que usted estuvo inconsciente. En unos días podrá estar totalmente recuperado." Martín comprendió que pese a las perdidas materiales, era bueno pensar que había sobrevivido al incendio. Total la pérdida material, se recupera, pero la vida la vida... siempre es lo más importante.
Pasaron algunos días y Martín salió del hospital. Como el edificio donde vivía estaba en reparación por el incendio, decidió pasar unos días en su casa de playa. Al llegar vio con entusiasmo que, pese a no haber gente en el malecón, el sol, la brisa marina y el celeste y blanco de las olas invitaban a darse un chapuzón al ritmo de las olas. Se cambió y en breves segundos estaba en ropa de baño lanzando un suspiro de consuelo al ver que, pese a haber sobrevivido al incendio en circunstancias tan difíciles, su cuerpo no guardaba huellas tan marcadas de las quemaduras. "Esos médicos habían hecho maravillas para evitar que me queden huellas," pensó en voz alta. De pronto ya estaba frente al mar, superando una ola, dos y tres, ya no estaba a distancia prudente. De pronto giró para quedar de frente a la orilla y, de manera temeraria, de espaldas al mar para ver el mundo, la vida y como era esta sin él. Reflexionaba sobre todo lo que le tocó vivir en los últimas semanas. Pese a todo, lo embargaba una profunda tranquilidad. Solo vio espuma mientras una tremenda ola lo envolvía; la mar enfurecida intempestivamente no lo dejaba moverse Martín no podía creerlo: otra vez al filo de la desgracia. Manoteaba con desesperación mientras tragaba agua en cantidades descomunales y se iba hundiendo cada vez más y más. Mientras, en la desesperación, un calambre le paralizó con dolor su pierna y ya no vio la superficie. Mientras seguía hundiéndose sentía como su cuerpo iba convulsionando y ya no podía respira. Por tercera vez se resignó a su suerte y perdió el conocimiento...
Martín abrió los ojos y lo primero que encontró fue el rostro amable y la sonrisa de un doctor que le decía que "no se preocupe amigo, lo peor ya pasó. Usted pudo morir ahogado pero lo salvaron a tiempo." Martín no salía de su asombro. Observo que el rostro del doctor ocultaba una sonrisa maligna, sus ojos no eran de un color humano y tras el mandil blanco parecía ocultar una personalidad siniestra, era el mismo doctor del accidente y el mismo del incendio, comenzó a desesperarse y le dijo al doctor que todo esto no le parecía lógico y que quería saber donde estaba. Y el doctor mirándolo con un rostro paternal le respondió: "se me olvidó decírtelo al día siguiente que te estrellaste con el auto Martín: Bienvenido al infierno."
Rolando Díaz Cervantes, Autor.